Antonia Castro. (ver toda su publicación)
La “historia” de Peñalsordo, un motivo de fiesta
Cuenta la leyenda que durante la Reconquista los cristianos, al mando del general Cachafrem, con su ayudante Palenque -dos topónimos de Peñalsordo, un arroyo y una sierra, llevan estos nombres-, intentaban conquistar el castillo de Capilla, pero sin éxito. Ante tal situación, el general, la víspera del Corpus, hizo la promesa de fundar una Cofradía con su ejército si ganaba la batalla.
Al día siguiente, Cachafrem manda recoger todos los carneros que había en la comarca y al anochecer ordena quitarles las cencerradas y colocarles bengalas encendidas sobre los cuernos. Los enemigos, al ver tantas luces, creyeron que era un ejército, por ello, aterrorizados huyeron, desamparando el castillo. Al entrar en la fortaleza, las fuerzas cristianas encontraron algo cuyo recuerdo singulariza las fiestas que perpetúan en Peñalsordo esta victoria: un abuelo, una abuela y dos vacas; es tradición que a la abuela la encontraron con un niño, que se llamaba Rafaelito.
El general, cumpliendo su promesa, fundó la Cofradía. La víspera de la octava del Corpus un sargento engalanó su caballo y espada en mano fue avisando a los soldados. Éstos, con jopos encendidos, le siguieron alabando al Santísimo Sacramento. Así, se funda la Cofradía del Señor, de Peñalsordo, que tiene concedida la Bula Minerva y a la que el Papa Paulo III otorgó también muchas indulgencias (Brugarola 1951: 526-527,531).
De esta manera, la leyenda se hace historia y se convierte en símbolo para la comunidad, pues las leyendas son historia incondicionalmente asumida, historia primera, punto de partida de una sucesión de acontecimientos, aún cuando paradójicamente la leyenda como tal suele estar documentada muy posteriormente al ritual. Por ello, lo relatado en la leyenda es en realidad una primera performance de un ritual. La leyenda es así previa a la fiesta, que se instaura, se institucionaliza tras esos primeros acontecimientos en ella narrados, de ahí que la leyenda también verse de la institucionalización de la fiesta (Velasco 2003: 405).
Esta leyenda a modo de manual cronológico, determina los límites aproximativos de la memoria colectiva, pues versa sobre ese primer acontecimiento. Pero al mismo tiempo manifiesta una doble vinculación, por un lado la vinculación de la comunidad con el ser sobrenatural que se aparece, y por otro lado, afirma la vinculación de una comunidad con un lugar. Para el caso que nos ocupa la delimitación del lugar es riguroso, exacto, el castillo de Capilla. Así, se subraya la importancia del lugar. Éste es tan preciso, tan marcado que incluso se convierte en el núcleo de parte de un ritual que, además de reproducir metafóricamente la toma del castillo, lo representa construyendo una torre humana y, en consecuencia, crea relaciones figuradas entre el sustrato espacial y la comunidad de Peñalsordo. De esta forma, el espacio se hace territorio pues no solo refleja metafóricamente esa forma de actuar sino que, además, es un soporte de todos los lazos que esa manera de comportarse implica.
Vista del castillo de Capilla.
No obstante, la delimitación exacta del lugar contrasta con la relativa imprecisión del tiempo en que ocurren estos los acontecimientos.
Entre los factores más eficaces que contribuyen a la formación de las leyendas hay que destacar el patriotismo bajo sus diferentes formas, familiar, local o nacional, y movido por diferentes intereses . De manera particular y situado entre un patriotismo político, étnico y el utilitarismo monástico local, en Peñalsordo la formación de la leyenda obedece a una especie de “patriotismo católico”, es decir, a un conjunto de sentimientos que aseguraban la cohesión de la Cristiandad frente al Islam en la Edad Media. De este modo, se representa la increíble victoria de un reducido contingente de cristianos sobre un gran número de ocupantes moriscos. El milagro bélico, se atribuye al Señor, a la festividad del Corpus Christi. A partir de entonces, probablemente, se rememora el triunfo de esta desigual batalla en Peñalsordo. Desde aquel momento, los miembros de este ejército pasan a ser soldados de la Hermandad o Cofradía del Santísimo Sacramento, conocidos popularmente como “Hermanos del Señor”.
No cabe duda de que la dimensión arquetípica del mito es aplicable también a la leyenda, pues lo que cuenta un mito cosmogónico o una leyenda épica, como es el caso de Peñalsordo, no es solo el origen del mundo, de los animales, de las plantas y del hombre, sino también todos los acontecimientos esenciales a consecuencia de los cuales el hombre ha llegado a ser lo que es hoy, es decir un ser mortal, sexuado, organizado en sociedad, con unas creencias, ritos, obligado a trabajar para vivir, y que trabaja según ciertas reglas. Por ejemplo, el hombre es mortal porque un antepasado divino perdió la inmortalidad, o porque un ser sobrenatural decidió quitársela.
Del mismo modo, determinadas tribus viven de la pesca porque en los tiempos míticos un ser sobrenatural enseñó a sus antepasados a cómo capturar y cocer los pescados. E igualmente el hombre es tal como es hoy día en Peñalsordo porque en tiempos legendarios un ser sobrenatural decidió intervenir, cambiar el rumbo de los acontecimientos y hacerles participes de la verdadera “historia sagrada” reintegrándolos de nuevo al “tiempo del origen”.
De esta manera, esta leyenda enseña la historia primordial y todo lo que tiene relación con su existencia desde entonces. Así, la leyenda para los habitantes de Peñalsordo tiene un valor de explicación, de justificación, pues, les ayuda a recordar que tienen un pasado, que vienen de alguna parte. En efecto, en esta “historia sagrada” se valen de tres particulares personajes, el Abuelo, la Abuela y el niño, para recuperar la “memoria primordial”. El niño pequeño simboliza la génesis del catolicismo, pero de igual forma representa la primavera de la nueva vida cristiana que resurge otra vez. Sin embargo, éste no aparece solo sino en compañía de dos ancianos que lo protegen en su regazo. La ancianidad alcanza aquí su mayor significación, pues al igual que en el mundo primitivo los ancianos son “mayores” en la política y en gobierno, mágicos y sacerdotes en lo sobrenatural (Hoebel 1980: 312) en el orbe católico personifican los santos custodios de las tradiciones y de la historia. En fin, representan el vínculo del pasado con el presente, el acervo, el sedimento, la biografía común.
Incluso, el sitio que ocupan en la procesión de la octava del Corpus nos indica la importancia de estos personajes, pues se sitúan delante de la Custodia. Generalmente, los sitios más inmediatos al Cuerpo de Cristo se reservan para las autoridades y personajes sobresalientes de la localidad.
Consecuencia de esta concepción singular, los habitantes de Peñalsordo se estiman constituidos por esta particular historia, al igual que los hombres de las sociedades arcaicas se consideraban el resultado de cierto número de acontecimientos míticos. Y por eso mismo, es objetivo de veneración y de recreación en fiestas o rituales.
Y de hecho, es a la luz de los ritos donde la tradición adquiere su funcionalidad social. En efecto, se vincula tanto a un marco concreto, Peñalsordo y sus grupos sociales, como a aspectos específicos de la localidad: toponimia, cultura material, pastoril, agrícola, etc. De esta forma, los ritos se convierten en cauces a través de los cuales se perpetúa la tradición.
En realidad no se trata de una rememoración de los acontecimientos, sino de su reiteración. Los personajes de la narración se hacen presentes, algunos se hacen sus contemporáneos. Esto implica que ya no se vive en el tiempo cronológico sino en el tiempo primordial, cuando el acontecimiento “tuvo lugar por primera vez” (Eliade 2006: 26). Por eso, revivir aquel tiempo, reintegrarlo, reencontrarse con los seres sobrenaturales y volver a asistir al espectáculo de las obras divinas es el deseo que va impreso en todas las reiteraciones rituales de esta narración.
En suma, todo ello nos muestra el denso entramado que se ha ido tejiendo, pues la narración vincula a cada individuo con su historia, con la tradición ancestral de sus antepasados. De esta manera, sus acciones cobran sentido en el fluir de la historia de su cultura y, a la vez, mantienen el orden social, dan sentido a la vida del grupo y a la individual .
La hermandad sacramental o cofradía de los Soldados del Santísimo Sacramento
Las hermandades y cofradías son, en sentido estricto, asociaciones seglares con fines explícitamente religiosos para fomentar la celebración de cultos, buscar la mejora espiritual de sus miembros y ayudar, caritativamente, a los más necesitados. Generalmente, estas funciones se fijan por escrito en los estatutos, son las funciones “manifiestas”, percibidas directamente por los individuos de la comunidad. En expresión de Moreno Navarro, constituyen el modelo “consciente” de las hermandades. Aunque, su realidad es más compleja, pues existen otras funciones, las llamadas “latentes”, sumergidas a un nivel más profundo, que no están a la vista de los individuos, pero que son al menos tan importantes como las funciones religiosas, y donde se encuentran las leyes últimas de funcionamiento de todo fenómeno social.
De esta manera, se manifiesta cómo la hermandad ha constituido un medio apropiado para desarrollar la sociabilidad entre sus miembros y no sólo para desempeñar determinados papeles rituales. Al mismo tiempo, tiene otra función, de integración simbólica de quienes forman un determinado grupo social, ya sea en términos de barrio, comunidad local, ocupación, clase social, etc. (Moreno 1985: 30, 33).
1. La cofradía de los Soldados del Santísimo Sacramento
En Peñalsordo existe, entre otras, la Cofradía o Hermandad de los Soldados del Santísimo Sacramento. Por su actividad ritual puede definirse como hermandad sacramental, pues está dedicada específicamente a la adoración del Santísimo Sacramento o de la Eucaristía. Así, el símbolo central de la hermandad es precisamente el Santísimo Sacramento, al que se honra el día del Corpus Christi, el día de la octava del Corpus y en Semana Santa. Siguiendo la tipología de Isidoro Moreno la Cofradía o Hermandad de los Soldados del Santísimo Sacramento es una hermandad comunal, con integración vertical de sus componentes, y abierta, es decir, de adscripción voluntaria.
Por el nivel de identificación simbólica esta hermandad comunal integra a todos los miembros de la comunidad local y los presenta como una unidad hacia el exterior, independientemente de que puedan pertenecer al mismo tiempo a diferentes hermandades. El Santísimo Sacramento representa al pueblo, cuya identidad colectiva se renueva y reafirma anualmente mediante ceremonias y actividades, tanto religiosas como profanas, en las que participan, en diverso grado y de diferentes formas, todos aquellos que poseen un sentimiento de pertenencia al mismo, residan o no en la actualidad en él de forma permanente. Esto se refleja en el escudo Heráldico, pues en él podemos apreciar que aparecen las insignias de la Hermandad, su color, el azul, y un macho cabrío. Es una expresión de su lugar en la sociedad. De esta manera, esta cualidad de comunal convierte a la Hermandad de los Soldados del Santísimo Sacramento en heraldo de la sociedad peñalsordense.
La cofradía es abierta, porque todo el que lo desee puede adscribirse, el único requisito es la aceptación de la solicitud de ingreso. Es comunal en la medida que la hermandad, la fiesta o procesión por ella organizada, sus imágenes y símbolos pueden representar el medio por el que se expresa y reafirma la identidad colectiva de la comunidad.
En esta cofradía los hermanos forman la parte inferior de la pirámide. Por encima de ellos se encuentra la Junta Directiva, integrada por el Mayordomo, Capitán, Alférez, Sargento, Abuelo, Abuela, Secretario y seis puestos más seleccionados entre todos los hermanos, que son los encargados de administrar y organizar los actos. En la actualidad, también se nombra un celador, que es el responsable de mantener el orden interno de la hermandad.
El gobierno de la cofradía está en manos del Hermano Mayor, Mayordomo o “Bullidor”. Es el máximo cargo de la cofradía, debe presidir todos los actos importantes y tiene a su cargo la administración de sus bienes. Además, es el responsable de que la tradición se perpetúe. Este cargo es vitalicio, así que, cuando el mayordomo muere los hermanos se reúnen en asamblea y deciden democráticamente el nuevo Mayordomo. Los cargos de Abuela y Abuelo también son vitalicios.
Los cargos, también llamados “casillas”, de Capitán, Alférez y Sargento se renuevan todos los años. Así, según su antigüedad, irán ascendiendo en jerarquía, primero serán Sargento, después Alférez y por último Capitán. Desempeñados los tres cargos volverán a ser “hermanos rasos”. Con este sistema todos los cargos pueden ser ocupados por todos los hermanos. Como resultado todos participan por turnos en las responsabilidades de los cargos. El sistema de cargos sería, así, un mecanismo de cohesión y homogeneidad comunitaria, pues obstaculiza el desarrollo de desigualdades internas (28).
Estos tres cargos tienen cada uno una particular insignia. Al Sargento le corresponde la alabarda o pinche grande, al Alférez la bandera y al Capitán el pinche chico o jineta.
Los atributos tanto del Sargento como del Capitán son picas que durante las celebraciones de la octava se adornan con cintas rojas y blancas haciendo una espiral a modo de bastones de feria. La parte superior termina en un rosetón de flores de plástico, que tan solo deja ver el extremo de la pica. En el centro de cada rosetón, sobresaliendo entre las flores, destaca el símbolo de la Hermandad, el Santísimo Sacramento. La parte inferior de las picas también se remata con flores.
Estos tres cargos siempre van a caballo, cual caballeros medievales. Atributo que los diferencia de los demás hermanos que, generalmente, van a pie, exceptuado cuando realizan el ritual de Acatamiento, entonces van en burros. Los caballos van ricamente engalanados. Las mujeres de los altos cargos, ya sean madres, hermanas o esposas, son las encargadas de realizar las prendas que cubren a los caballos: cabezones, riendas, gualdrapas de terciopelo ricamente bordadas con motivos vegetales, formas geométricas, y la Custodia del Santísimo Sacramento. Las partes del caballo que quedan sin cubrir se decoran con estrellas de papel plata de diferentes colores. E incluso los cascos se pintan de purpurina y se les adorna con lazos; igualmente a los burros.
Con respecto al “carácter militar” de esta particular agrupación conviene insistir en la idea de que no es necesario pensar que su origen haya sido de carácter guerrero. Posiblemente, en Peñalsordo sea tan solo un “motivo” que ha proporcionado la forma ritual de la cofradía, además de la razón y supuesto origen de la fiesta “conmemorativa” de la conquista por los cristianos del castillo de Capilla a los musulmanes.
2. La vestimenta, una interpretación personal
Los hermanos del Santísimo Sacramento tienen dos uniformes, uno para el Corpus Christi y otro para la octava del Corpus. Durante el Corpus visten pantalón negro, camisa blanca, levita azul, zapato negro y calcetín negro. Cubren su cabeza con un sombrero negro con cinta blanca y en un lateral un ramo de florecillas. Un atuendo serio y austero acorde con las celebraciones religiosas, tan solo el ramito de flores prendido en el sombrero parece decirnos algo; es decir, contar sin contar, o más bien insinuar lo que esta por llegar.
Sin embargo, para la octava el atuendo cambia radicalmente. Parece que el espíritu de la vegetación se adueña de los hermanos, ya que lo que más caracteriza a esta indumentaria son los elementos vegetales, sobre todo las flores de variados y llamativos colores. De esta manera, se engalanan todos los hermanos, vestidos con camisa y pantalón bombacho de diferentes estampados florales, calcetines blancos, que en otros tiempos se usaba solo para los días de fiesta, y zapatos negros. Sobre los hombros un floreado pañuelo, o mantón de Manila. Atado a la cintura por detrás otro pañuelo del que cuelgan cencerras o campanillas. Todos llevan un gorro de forma cónica decorado con flores de colores, de tela o de plástico, y rematado en el extremo superior por un cascabel. Y, por último, colgando del pecho una cinta azul con la medalla del Santísimo Sacramento. En la vigilia de la octava los “hermanos rasos” tan solo llevaran el pañuelo al cuello y la medalla.
Por otra parte, la tradición familiar encultura poderosamente al niño desde su infancia; en numerosas familias cuentan los jóvenes que sus abuelos ya se vestían con tan vistosos trajes. Estas prolongaciones familiares vertebran generación tras generación la celebración de la fiesta.
Por último, el Abuelo y la Abuela visten también con traje estampado. La Abuela, que es un hombre, viste grandes enaguas estampadas y blusa a juego. Lleva un sombrero de paja con cinta de color rosa y pendientes- este año llevaba dos grandes boyas de pescar, otros años ha llevado dos grandes brevas de madera- . En su regazo un muñeco, que representa a Rafaelito, el niño que encontraron los cristianos cuando tomaron el castillo. El Abuelo viste camisa y pantalón estampado con una abultada joroba en sus espaldas. Cubre su cabeza con un sombrero de paja y cinta de color azul. Ambos llevan calcetín blanco y zapato negro. Además portan dos grandes castañuelas de madera que tocan al son de las alcancías.
Como se ve en la indumentaria de los hermanos se suman, con el tiempo, elementos de muy distinto origen: desde mantones y pañuelos de Manila, símbolo del lujo femenino de una época, la utilización de elementos vegetales que nos indica, probablemente, su condición de fiesta de fines de primavera, elementos caricaturescos y burlescos, inversiones ritualizadas de roles, que acaso también provengan de las fiestas y comparsas carnavalescas.
En conclusión, parece evidente que hay elementos de juicio suficientes para pensar que la Cofradía de los Soldados del Santísimo Sacramento es el resultado de una mezcla de asimilaciones, reinterpretaciones o soluciones sincréticas que coexisten desde antiguo. Podríamos decir que esta cofradía durante la octava del Corpus se convierte en otra cofradía paralela, surgida, tal vez, lejos del amparo de la autoridad religiosa. Pero saber cómo y en qué medida ha llegado hasta nuestros días es algo que se nos escapa.
3. Ciclo ceremonial
En cuanto al ciclo de cultos de esta hermandad se extiende a lo largo del año. Los actos comienzan el día de la Ascensión del Señor, fecha en la que los hermanos se reúnen para organizar las diferentes actividades: como son las salidas procesionales, que tienen lugar la víspera del Corpus, el día del Corpus, el sábado y domingo siguiente de la octava del Corpus. La Junta Directiva también decide sobre la celebración de “Los Caballitos” (33). Es de tener en cuenta que estas celebraciones constituyen los momentos cumbres del ciclo ceremonial de esta hermandad, así como los más singulares del período festivo de la localidad.
Asimismo, el día de la octava del Corpus por la tarde los hermanos se reúnen en casa del Alférez para renovar los cargos de Sargento, Alférez y Capitán. Además, examinan las nuevas solicitudes de ingreso, y el secretario expone las cuentas de la Hermandad.
Cuando llega la Navidad los hermanos vuelven a reunirse en la casa del Mayordomo, de donde saldrán para cantar villancicos tanto en las calles del pueblo, como en la Iglesia, durante la misa del Gallo. Así, el día de Nochebuena, caída la tarde, los hermanos recorren las calles del pueblo, cantando y rezando. Durante el recorrido los hermanos realizan algunas paradas, pues algunos vecinos los invitan a cantar y bailar dentro de sus casas, seguidamente se les convida a un refrigerio. Al mismo tiempo, los tres hermanos que el próximo año desempeñaran el cargo de Sargento, Alférez y Capitán salen con sus insignias por el pueblo a pedir limosna para el Santísimo Sacramento.
De igual forma, sale la cofradía cuando muere un “hermano cofrade”. Acuden al entierro con una vela y, generalmente, se encargan de llevar el ataúd. Si no está el cofrade lo sustituye un familiar. Al salir el cadáver de la iglesia se rezan diez padrenuestros por su alma y en Navidad al pasar por delante de su puerta, el primer año de su fallecimiento, también se reza. Del mismo modo, el día de la octava se pide por los hermanos difuntos. Por último, en noviembre se realiza una misa por todos los hermanos fallecidos (34).
Una historia sagrada “representada” (la celebración y sus componentes)
En esta localidad la historia no es sólo la herencia recibida, sino también la conciencia formada a partir de la experiencia de su propio actuar (35). Aquí, la historia es antes que narrada, vivida. Por eso la historia vigente de Peñalsordo deviene una de las maneras más claras de sentir la historia en las propias carnes, la historia experimentada. En este lugar la historia es vida.
Evidentemente, se nos muestra una dimensión algo más práctica de la historia, una dimensión más real, que no es puramente teórica, pues a la vez que recuerdan su historia y nos la cuentan, la representan. Así, los peñalsorderos a modo de traductores culturales interpretan el pasado en el presente y, en consecuencia, “a su manera” lo hacen perdurar.
Con motivo del Corpus Christi, y su octava, en Peñalsordo se escenifica en el pueblo la toma del castillo de Capilla a los musulmanes por los cristianos. Los protagonistas de esta representación, son los hermanos de la Cofradía del Santísimo Sacramento, que en sentido figurado representan al “ejército cristiano” en el que destacan tres cargos: el Sargento, el Alférez y el Capitán, los demás cofrades son los “soldados” del Santísimo Sacramento.
Los actos centrales de la fiesta, desde que se instituyó, lo constituyen una serie de procesiones de carácter cívico-religiosa que siguen un itinerario ya entonces marcado por la leyenda: “…La víspera de la octava del Corpus un sargento engalanó su caballo y, con la espada en la mano, fue avisando a los soldados, los cuales le fueron acompañando con hachas encendidas en la mano; se dirigieron todos donde estaba el general, y se echaron a la calle saltando de gozo y cantando las alabanzas al Santísimo Sacramento…” (Brugarola 1951: 528).
En la actualidad, recordando lo que hizo su antecesor, pero con un marcado carácter religioso de reafirmación de la fe, sale el Sargento montando su caballo lujosamente engalanado y espada en mano, acompañado de un tambor que avisa a los cofrades, va recorriendo el pueblo buscando a cada hermano (36). Una cesta ardiendo en la puerta es señal inequívoca de que ahí vive un cofrade. Por ello, el Sargento se detiene delante de la casa y exclama: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento! El cofrade responde, brazo en alto mostrando un símbolo de la cofradía, que, por lo general, es el sombrero,: ¡Por siempre alabado sea!, en señal de saludo.
Cualquiera que quiera vivir la fiesta y quiera realizar completo el “ritual procesional”, tiene que recorrer dos veces el pueblo siguiendo al Sargento montado en su caballo. Para lo cual no basta con andar, también hay que correr, lo que supone en ocasiones un considerable esfuerzo físico, pues se tardan aproximadamente tres horas en hacer todo el recorrido.
Tanto en la iglesia, como en las diversas procesiones, que se efectúan con motivo de la octava del Corpus, los hermanos del Santísimo Sacramento se colocan en el desfile procesional manteniendo siempre un orden jerárquico. Así, en la iglesia durante las celebraciones, cada uno tiene su lugar asignado: El Abuelo, la Abuela, el Sargento, el Alférez y el Capitán con sus respectivas insignias se sitúan en las gradas del altar mayor. El Mayordomo se sienta en el primer banco, con las autoridades del pueblo. A continuación, en los bancos siguientes, el resto de los hermanos. De igual manera, durante las procesiones los hermanos recorren todo el pueblo dispuestos en orden, según los cargos, en dos filas (37).
El itinerario, que va trazando el Sargento, se podría decir que va construyendo un esquema que muestra una estructura social andante, una localidad girando sobre sí misma. En efecto, el orden de recogida está dispuesto jerárquicamente, así, aquellos hermanos que aún no han sido sargentos se unirán en la “casilla” del Sargento de turno; los que ya desempeñaron este cargo marcharan a la casilla del Alférez de ese año; y quienes desempeñaron ambos cargos, pero no el de Capitán, se reunirán en las casilla del actual Capitán; y por último, quienes ya desempeñaron los tres cargos se dirigirán a la casilla del Mayordomo. De esta manera, reunidos los hermanos en sus respectivas casillas, esperan que el Sargento, acompañado del tambor, los recoja por riguroso orden jerárquico. Una vez congregada la Hermandad en casa del Mayordomo marchan hacia la iglesia ordenados por rango cual “ejército”. Además de la víspera del Corpus, este ritual se repite la mañana del Corpus, la víspera de la octava del Corpus y el domingo de la octava del Corpus, aunque estos dos últimos con ligeros variantes. En este esquema de orientación se hace visible un espacio conceptualmente integrado por las viviendas de los hermanos de la cofradía entre las cuales el recorrido esta marcado por un complejo ritual que engloba acciones y lenguaje.
Ante los datos expuestos, podemos reconocer insertados en este “esquema de orientación” diferentes esquemas menores. Uno de ellos es el orden procesional. Al mismo tiempo, también podemos detectar un “esquema de orientación” cuando sale en procesión la custodia del Santísimo Sacramento, tanto el día del Corpus Christi, como de su octava. Efectivamente, el orden de la procesión se conserva casi inalterado desde tiempo inmemorial. A la cabeza procesional la cruz parroquial y los ciriales; posteriormente, los monaguillos, a los que siguen los cargos de la hermandad del Santísimo Sacramento, portando sus insignias; y por último, el Mayordomo y el resto de los hermanos de la cofradía. Y en orden inverso, en la procesión de la octava del Corpus, el abuelo y la abuela sin dejar de tocar las castañuelas caminan de espaldas, mirando al Santísimo Sacramento. Bajo palio, la autoridad eclesiástica porta la Custodia. Y cerrando el cortejo, el pueblo. Este año de 2008, la procesión de la octava se realizó dentro de la iglesia debido a la lluvia.
Otro de los “esquemas insertados” es el itinerario de las procesiones, que, como ya hemos visto, es siempre el mismo: Salen de la iglesia y recorren el centro de la población para volver de nuevo a la iglesia en sentido circular.
En fin, procesiones que son “mapas cognitivos” que trazan rutas en el pueblo, con sus hitos destacados, las casas de los hermanos, la iglesia y los altares. De este modo, las rutas no solo son de ida y vuelta, sino que además marcan el espacio por donde concurren y el tránsito por ellos se hace tan destacado o más que los lugares de principio y de fin (Velasco 2003: 489, 490).
Elementos reverentemente profanos
El Corpus Christi y su octava se enmarcan en el ciclo del “Mayo” y de la Flor, que comprende desde el Domingo de Resurrección hasta el 20 de junio (38). En este ciclo, después de la Cuaresma y la Semana Santa, se suceden una serie de alegres fiestas en las que el aspecto amoroso parece triunfar sobre otros aspectos. Estas fiestas son las de Mayo, la de San Juan, etc., fiestas típicamente primaverales o estivales.
En este ciclo existen claros paralelismos entre lo profano y lo sagrado. Así, cuando los campos están en su máximo esplendor, la Iglesia celebra su Pascua de Resurrección, que también se ha llamado Pascua florida y Pascua de las Flores (Caro Baroja 2006: 155). Además, es costumbre en muchos pueblos de Europa levantar un árbol o “mayo” y adornarlo con cintas, flores, regalos, cadenetas, farolillos, frutos y flores (39). En expresión de Fernández García (1987: 391), “…se manifiesta como un viejo símbolo de las cosechas que ahora comienzan a despuntar….”. No en vano, el mes de mayo es el cenit de la primavera, el tiempo del trigo espigado, el tiempo de enamorar. En la versión cristiana también es el mes de las flores, el mes de María (40). Por ello, inferimos estrechas relaciones entre el ritmo del año astronómico (con sus estaciones, cambios climáticos y ritmo de trabajo y de ocio) y la imbricación de estos ritmos con el que la iglesia católica ha dado a sus festividades. De esta forma, trabajo, ocio, estaciones y fiestas van engranadas de tal manera que su sucesión nos parece “natural” (Caro Baroja 1983: 7).
Ciertamente, en nuestra tradición cultural lo festivo es difícilmente separable de la religión y constituyen, en numerosas ocasiones, las dos caras de una misma moneda (Rodríguez 2000: 97). Aspectos que en la celebración del Corpus Christi, y sobre todo en su octava de Peñalsordo, se combinan y, además, confunden. Así, en Peñalsordo, los días de la octava del Corpus se realizan distintas procesiones, todas, probablemente, con el mismo propósito que la del Corpus, pero con notas peculiares y típicas que fueron adquiriendo su propio desarrollo hasta convertirse en símbolos de la identidad local. En este sentido, la fiesta, ritual religioso por excelencia, se hace instrumental, porque construye representaciones de “comunidad imaginada” y, además, las legitima (Homobono 2006: 47).
Y es que esta fiesta es en la que el pueblo de Peñalsordo experimenta su sensibilidad religiosa y su relación con la divinidad. De ahí que sea un fenómeno sociocultural, grupal, ritual, generalmente, con un trasfondo lúdico-religioso y un acento sagrado. Una “experiencia sagrada”, en la que se funde tanto el concepto sagrado (41)como la idea oficial que trasmite la autoridad religiosa.
Si bien la conexión de las fiestas con el santoral se establece por la autoridad religiosa, no obstante, la “tradición” suele establecer unas normas. De este modo, en la fiesta del Corpus y su octava se recogen gran cantidad de elementos de “origen diverso” que podemos encontrar en otras fiestas del ciclo santoral veraniego y del carnaval: danzas, vaquillas, hogueras, representaciones, vestimenta. Elementos comunes, pero camuflados, que parecen se han deslizado a través de la historia adquiriendo una coloración que los ha envuelto en la particularidad y peculiaridad. Tonalidades que proyectan reflejos oblicuos que descubren el efecto de lo general sobre lo particular. Además, sirven para estudiar curiosas formas de difusión (42). De ahí que consideremos la posibilidad de que algunos elementos de estas fiestas tengan un origen anterior e incluso de que se hayan tomado de otras fiestas, alejadas de la liturgia.
Se trata de un cúmulo de actos que no aparecen establecidos de un modo tan obligatorio por la autoridad religiosa, pero que en sí son también litúrgicos en el sentido etimológico de la palabra, ya que son un trabajo del pueblo en relación con la fe y el culto (Caro Baroja 1983: 50). En fin, parece que sintetizan en sus elementos “litúrgicos no obligatorios” lo que se considera festivo en otras celebraciones.
Estos elementos son: 1. Adornos callejeros de carácter vegetal: juncias (43), y otras plantas en los suelos. 2. Colgaduras en los balcones: colchas, mantones de Manila, estandartes del Santísimo Sacramento. 3. Las alcancías o danzas. 4. La indumentaria de los cofrades en la octava del Corpus. 5. Las mojigangas. 6. El Castillo 7. Representaciones de animales: dos vaquillas. 8. Caballitos, es decir jinetes en caballos armados.
1. El uso de elementos naturales como las plantas y las flores han trascendido desde la más remota antigüedad hasta formar parte del universo simbólico de la liturgia católica, donde adquieren una significación múltiple. Así, por un lado, dotan al ambiente de una atmósfera festiva, a la par que constituye un símbolo de cortesía, veneración y amor y, por otro lado, conllevan su propio lenguaje simbólico engrosado a lo largo del tiempo por múltiples aportaciones culturales (44).
Con motivo del Corpus Christi y su octava en Peñalsordo tradicionalmente se ha utilizado la juncia, junto con el mastranzo o matancho (Mentha rotunfolia) (45) para alfombrar las calles por las que pasaba la procesión (46). De esta manera, visten el suelo, lo embellecen y, además, purifican el ambiente con su aroma, derramando bocanadas de optimismo primaveral por territorio sagrado. Ello favorece que la participación popular se desenvuelva en las calles con la complicidad de las flores y el júbilo del desbordamiento primaveral.
Así, la presencia de elementos vegetales en estas fiestas hay que relacionarlos con el tiempo estacional en las que se celebra: la primavera, ese tiempo en el que se produce un estallido de vida que renueva el mundo. En honor de la cual se efectúan ceremonias primaverales en las que hombres y mujeres danzan para asegurar la renovación anual de la fertilidad de la naturaleza y también de la especie humana.
2. Por otro lado, las casas lucen estos días festivos en todo su esplendor, con estandartes del Santísimo Sacramento colgados de las balconadas, colchas, mantones de Manila, etc. (47).
3. Las alcancías o danzas: En un principio la Iglesia busca un modo de celebrar la fiesta religiosa de modo placentero y popular. Posiblemente, introduce elementos a los que en sermones y exposiciones escritas se les da una interpretación general, pero que luego con el tiempo éstas no satisfacen localmente y aparecen las explicaciones particulares, con intenciones de historia concreta, Caro Baroja las denomina: interpretaciones “histórico-realistas” (1983: 63).
A estas fiestas religiosas se incorporan elementos puramente festivos, callejeros, cómo las danzas procesionales. No sin las protestas, en numerosas ocasiones, de los miembros más rigoristas de la iglesia, pues en el mundo cristiano la danza es un elemento festivo que se asocia a la fiesta religiosa, pero que no entra dentro de lo que es acto litúrgico. En efecto, ya a finales del siglo VI d. C., en el Concilio III de Toledo (a. 589), se encomienda a los obispos y jueces laicos erradicar una costumbre al parecer muy hispana: los bailes y canciones en el natalicio de los santos (Castillo 1999: 220).
Posiblemente estas danzas no dejan de ser pervivencias paganas (48), danzas bélicas, danzas primaverales o veraniegas vinculadas a festejar las cosechas que la Iglesia reinterpreta y reglamenta al considerarlas enfocadas desde la religiosidad popular y que después se encuentran como un elemento de la fiesta religiosa y de actos civiles, dándoles diferentes interpretaciones.
En numerosos acontecimientos religiosos y profanos del Medievo, la música y la danza son compañeros irreemplazables. Esta idea continua vigente en la Modernidad, sobre todo para resaltar la solemnidad de los grandes acontecimientos como la entrada de los reyes, rogativas, canonizaciones y el nacimiento de príncipes. En el s. XIV hay constancia de danzantes en los desfiles del Corpus en ciudades como Sevilla, Córdoba, Toledo y Barcelona. A partir de entonces, la danza es uno de los elementos más repetidos en las fiestas del Corpus, y también en las veraniegas, como parte de las procesiones y a veces independientes de éstas. Se encuentran tanto en pueblos y aldeas como en ciudades. Las más comunes son las danzas de espadas, la de palos o paloteados (Caro Baroja 1983: 103). Encontramos hombres bailando el paloteado en el Corpus de Barcelona, donde probablemente se celebró por vez primera la procesión del Corpus en 1320 (Durán 1943: 43) (49). Es posible que elementos de la procesión del Corpus barcelonés como las danzas, los cantos, los personajes, etc., se popularizaran y extendieran a otras localidades (Caro Baroja 1984: 55). Pero como pasa en numerosas ocasiones las costumbres se separan, unas adquieren más popularidad que otras y sobre su origen se crean explicaciones de origen local, con intenciones de historia concreta. De este modo, seguramente, las danzas se ajustan a la fiesta y se cargan de significados históricos superpuestos que, en ocasiones, la convierten en una representación teatral con pretensiones arqueológicas (50).
Así que, los mecanismos de creación, difusión y evolución de estas danzas e incluso de otros ritos son difíciles de saber. No es posible determinar si tuvieron un origen común, o si por el contrario son el resultado de una serie de detalles reunidos en diferentes épocas y venidos de distintos lugares. Lo más probable es que sobre una serie de elementos antiguos se hayan ido superponiendo otros, produciéndose luego la desaparición de algunos o la conservación de otros. Posiblemente, en este proceso aunque hay elementos que se mantienen, otros se simplifican, pierden su compleja significación y adoptan formas más sencillas. Lo que sí es una realidad es que la danza ha permanecido viva a lo largo del tiempo. Posiblemente, ello ha sido posible por unirse a una festividad religiosa, siendo asumida por una hermandad que la convierte en danza de su fiesta (51). En efecto, en Peñalsordo cuando se rememora la victoria cristiana sobre los musulmanes durante la octava del Corpus y su víspera, se danzan las “alcancías” (52) al son del tambor. Lo bailan tanto los cofrades durante las procesiones como el pueblo. Independientemente del origen de las “alcancías” (53) en Peñalsordo lo que si podemos asegurar es que es una danza y no un “esbozo elemental de danza” (54), pues en ellas reconocemos un movimiento que implica todo el cuerpo, desplazándose dentro de un espacio relativamente circunscrito -el pueblo-. El movimiento es pautado, rítmico, intencional, con formas en algún grado estereotipadas; además, se apoya en un sonido pautado, producido por el tambor y en ocasiones por las castañuelas; y por último, es una actividad realizada en común, con un cierto número de participantes, ejecutantes y audiencia. Asimismo, los participantes reconocen las alcancías diferenciadas del movimiento o las actividades rutinarias; el elemento de diferenciación está en la naturaleza comunicativa de la danza, pues “…el cuerpo que danza no es fisiología, es cuerpo animado. Y la danza misma no es una cosa, es una conducta en contexto. No es verbal, pero es expresiva. Por eso, no danza solamente el cuerpo sino la mente con él, ni danza solamente el individuo, sino la sociedad con él…” (Velasco 2007: 146).
Otro tipo de “alcancías” son los “caballitos” (55). Tienen lugar durante la octava del Corpus por la tarde. Generalmente, cada cuatro u ocho años, cuando la Junta Directiva lo cree oportuno. Resulta así que lo más granado y joven de la hermandad representa una singular “batalla” en la Plaza principal de la localidad. Se visten todos con el traje floreado de la octava, pero a sus cinturas llevan sujetos un armazón que representa un caballo, al que denominan popularmente “caballito”. El cuerpo del caballito se cubre con una saya de bordado blanco y mantones de Manila. En la parte delantera, la cabeza, de madera, del caballito se sujeta por las riendas; en la trasera, la cola realizada con cuerdas y lazos de colores. Un escudo de cartón revestido de papel plateado, decorado con la Cruz o con el Santísimo Sacramento, y diferentes figuras geométricas, protege la espalda del jinete. Cada hermano está armado con una cesta de huevos rellenos de serrín (56). Con la cabeza cubierta por el gorro del traje, cual casco, los hermanos se transforman en caballeros ¿cristianos?, ¿moros?. De tal manera, toman posiciones, forman dos círculos concéntricos alrededor de la fuente de la plaza y a la señal convenida, marcada por el tambor, comienza la “danza-batalla”. Cada cofrade con un proyectil en la mano danza las alcancías, al quinto paso, comienza el lanzamiento contra el que tienen delante. Así, una y otra vez, hasta que la batalla se generaliza contra el público que lo contempla. Durante la batalla, que dura veinte minutos aproximadamente, los caballitos heridos son atendidos por un veterinario, un herrador y una enfermera, que es un hombre vestido de mujer. Los curan y procuran medicinas a través de un gran embudo que colocan en la boca del jinete (57).
Hay aspectos en esta danza o “alcancía de los caballitos” que nos la muestra como un “juego”. Ya que, si por un lado juego en plural significa: “…fiestas y espectáculos públicos que se usaban en lo antiguo…” (58) y que en numerosas ocasiones se asociaban con lo religioso, por otro lado “correr o jugar las alcancías” era un juego ecuestre, un torneo, un ejercicio de destreza que consistía en tirar alcancías, es decir bolas huecas de barro seco al sol, del tamaño de una naranja la cual llena de ceniza o de flores, servía para hacer tiro. Generalmente, los jinetes corriendo a caballo se las tiraban unos a otros y las recibían en el escudo, donde se quebraban (59).
En Peñalsordo a esta “danza-juego” la dotan de un sello especial, pues las alcancías ya no son bolas de barro huecas rellenas de ceniza o flores, son huevos huecos rellenos de serrín y algo de arroz o arena. Con el lanzamiento de huevos simulan el bombardeo de los cristianos a los musulmanes. Aunque el huevo es el símbolo del “fundamento material originario”, que simboliza a la mujer, la creación, es decir, significa el germen primigenio que dio origen al mundo (Melich 1996: 96), en Peñalsordo pierde este significado, pues los huevos se vacían de contenido y se rellenan con otros elementos que nada tienen que ver con lo que en su origen simboliza. De esta manera, resulta posible derivar el puro juego de huevos a danza armada que toma un carácter ritual y convencional (60). Porque enfrenta a la sociedad en conjunto, formando grupos y esos grupos se dividen según las creencias. Hay así, supuestamente, dos bandos uno de cristianos y otro de musulmanes. Se enfrentan, pero con arreglo a unas normas y sin que haya duda en el resultado. Según Caro Baroja (1983: 237) esto entra dentro de una categoría muy especial, dentro de lo que es juego festivo.
Ciertamente aquí la danza evoca los peligros del enfrentamiento de la guerra (61); pero, al mismo tiempo, produce un efecto socializador a través del ritmo, en un marco social formado por personas de un entorno local a las que les unen vínculos de parentesco y vecindad. En fin, serían “danzas- juegos” cargadas de un sentido festivo y además, asociadas a lo religioso (62), pues parece que los caballitos son un elemento festivo veterano, ya que en el s. XV en la procesión del Corpus de Barcelona hay documentados comparsas a pie o a caballo que figuran danzando o combatiendo, o bien sin desarrollar acción alguna (Durán 1943: 24).
4. Considera Caro Baroja significativo el hecho de que estas danzas con gran frecuencia estén dedicadas con preferencia a la Virgen o a los Santos protectores de la localidad. Advierte, en casi todas, ciertas similitudes en detalles del atuendo de los danzantes: se utilizan prendas femeninas para engalanar a los mozos, enaguas, camisas, pañuelos y mantones de Manila, lazos de colores, flores, etc. En buena medida, tiene mucho que ver con ello el que sean las mujeres las encargadas de engalanar a los mozos del pueblo con motivo de las fiestas (63).
En efecto, los trajes que visten los hermanos del Santísimo Sacramento en Peñalsordo son confeccionados por sus mujeres: madres, esposas o hermanas. El denominador común son vistosos estampados florales que si bien son atributos indudablemente femeninos, también lo son de las fiestas de primavera, verano y carnaval.
5. En la octava del Corpus de Peñalsordo destacan también las mojigangas. La palabra mojiganga parece que en origen es “bojiganga” o “boxiganga”, derivado de vejiga o vesica, y tiene diversos significados: fiesta pública que se hace con varios disfraces ridículos, especialmente los hombres enmascarados con figuras de animales. También hacen referencia a obrillas dramáticas muy breves para hacer reír, en ellas se introducen figuras ridículas y extravagantes. Y por extensión, también hace referencia a cualquier cosa ridícula con la que burlarse de otros. Además, casi siempre hay un margen de creatividad dentro de la norma y en Peñalsordo tiene una particular acepción, como son unas composiciones poéticas muy breves que, con cierto sentido del humor, recogen sucesos acontecidos en la localidad. Los narradores son el Abuelo, la Abuela y algunos miembros de la cofradía. Se realizan en la Plaza de pueblo, desde el balcón del Ayuntamiento; y suelen comenzar con unos versos recitados por el abuelo (64). A continuación, la pareja de abuelos continúan con sus burlas dando paso a aquellos hermanos que tienen preparadas sus mojigangas.
Elementos profanos que, con toda probabilidad, son expresiones y modos carnavalescos que han perdurado en la fiesta de la octava del Corpus en Peñalsordo (65).
6. Otro elemento festivo es la representación del castillo. Es posible que su origen se encuentre en los entremeses, esas representaciones mímicas o dialogadas -y con cierta parte de artificio mecánico algunas veces- que fueron elementos esenciales en los orígenes del Corpus, por ejemplo aquellos que, durante el Corpus de Barcelona, se representaban sobre una roca o castillo y constaban de varios personajes constituyendo una escena accionada y tal vez dialogada (66).
Pero las procesiones del Corpus, según cada localidad, adquieren una coloración peculiar, y cada época que atraviesa queda impregnada del propio carácter de ésta. De esta manera, en Peñalsordo durante la octava del Corpus los hermanos más jóvenes del Santísimo Sacramento reproducen un castillo humano que representa el que arrebataron los cristianos a los musulmanes en Capilla. En la actualidad, al final de la procesión de la octava del Corpus, y poco antes de la llegada de la Custodia, los hermanos realizan la torre humana, delante de la puerta de la Iglesia. Pasada la custodia, los hermanos en formación de atalaya florida, entran en la iglesia, no sin dificultad, pues tienen que agacharse para entrar y en el interior de la iglesia, abarrotada, reina el silencio de las grandes solemnidades. Avanzan lentamente por el pasillo central, se sitúan ante el altar mayor, suben los cuatro o cinco peldaños que les separan del Santísimo Sacramento, le adoran y el cofrade situado en la cúspide, al son de los aplausos y un júbilo de vivas al Santísimo Sacramento, voltea la bandera de la Hermandad. Este año, del 2008, el castillo tuvo que realizarse dentro de la iglesia, dada las inclemencias del tiempo (67).
Asimismo, esta representación se manifiesta como algo simbólico ya que el Castillo, en cierto modo, representa al dios protector del grupo y por extensión al grupo mismo. Es el tótem de la comunidad, símbolo y bandera del pueblo, emblema sagrado que simboliza una común identidad cristiana. Por ello todos los años los peñalsorderos se reúnen para reconquistar el Castillo, al hacerlo utilizan el ritual para mantener la unicidad religiosa que simboliza el tótem (68).
7. Otro elemento festivo es la aparición de hombres disfrazados de vaquillas. En Peñalsordo salen dos vaquillas, que en realidad son dos jóvenes del pueblo contratados por la Hermandad. La vaquilla es un armazón de madera compuesto por dos varas, a cuyos extremos se colocan dos cuernos con las puntas romas y un rabo. El armazón de madera se recubre con una loneta de color veis sobre la que se pinta un toro. De esta manera, salen de casa del Mayordomo los jóvenes/toros el día de la octava del Corpus. Su misión es correr de un lado a otro embistiendo a las mozas del pueblo, y a ellos se suman los hermanos del Santísimo Sacramento. Cuando embisten para apaciguarlas se les grita: “Erra erra ohhhhhh”.
Estos jóvenes/ toros constituyen una excusa para comportarse de manera escandalosa, poniendo al descubierto una faceta “animal”, generalmente oculta, que evoca el carácter fecundador del toro. Así, la idea de fertilidad y fecundación en este ritual parece patente, pues el toro es de natural fogoso y encendido, ferocísimo cuando está en celo.
8. Otro elemento festivo son las castañuelas, un instrumento muy popular en la Península Ibérica, que ha sido utilizado tanto en la música tradicional popular como en la culta. Enormes castañuelas de madera tocan los Abuelos en honor del Santísimo Sacramento despejando el camino a la Custodia que va inmediatamente detrás de ellos en la procesión de la octava del Corpus (69).
9. El fuego. Cuando los últimos rayos de sol se esconden tras las montañas la víspera de la octava del Corpus, los hermanos del Santísimo Sacramento encienden sus hopos de bálago y las cestas de mimbre que marcan la vivienda de los cofrades. En un principio, parece que el uso del fuego en estas fiestas obedece a la tradición, pues se evocan las teas encendidas que se les pusieron a los carneros y que asustaron a los moriscos, pero dada la cercanía en muchas ocasiones de las fiestas de San Juan, que se enmarcan dentro del ciclo del sol y del fuego, desde el 21 de junio hasta el 14 de agosto, por el carácter móvil del Corpus Christi podemos ver en el uso del fuego acaso una ofrenda mistérica, un lúdico homenaje a la luz, al calor, al dios Sol, pues antiguamente se creía que las fogatas eran parte misma del astro solar, y se les atribuía las mismas propiedades mágicas (Fernández 1987: 401). Por ello, se cree en el poder fertilizante de todos y cada uno de los elementos de la hoguera: humo, tizones y ceniza (70). Por esta misma razón se salta y brinca ante las hogueras. También se cree que si los hombres pasan sobre las mismas quedan preservados de toda clase de males.
A modo de conclusión
En fin, la fiesta de la octava del Corpus de Peñalsordo, en la actualidad, es el resultado de múltiples y sincréticas modificaciones a través del tiempo, unas por pérdida de los caracteres originales, otras por adición de los elementos festivos, propios de la zona y de momentos más recientes. No obstante, no cabe duda de que se trata de una particular forma de hacer historia, en la jerga común de los historiadores “historia desde abajo” (71). En este sentido, es una manera de dar voz a aquellos que fueron agentes enmudecidos, y cuyas acciones afectaron al mundo en que vivieron. Una forma alternativa a la mitología histórica del poder establecido, en la medida que se aleja de las clases dirigentes y se centra en las experiencias de la gente anónima. Experiencias colectivas que adquieren con el tiempo el carácter de “historia sagrada”.
Posiblemente, el fundamento último de esta historia del presente reside en la existencia de un discurso histórico en el que el peñalsordense busca y encuentra la imagen o el reflejo colectivo de su experiencia vital. De esta manera, la historia del presente viene a ser la autobiografía de una generación activa que historia su propia memoria como presente (Aróstegui 2004: 58, 136) y la re-presenta. Es una forma de hacer significativo el pasado en el presente y se corresponde con lo que la “tradición” pretende, hacer el presente significativo aproximándolo al pasado. Y por eso mismo, se recrea en fiestas o rituales, porque tienen la capacidad de establecer una continuidad, además de afiliar, reforzar los lazos, crear comunidad y, por consiguiente, la identidad.